Un parate a la “cultura”
La cámara porteña revirtió el fallo de primera instancia y amparó a la Casa Carriego, en plena demolición por licitación del Ministerio de Cultura porteño. Un fallo impecable y muy bien fundado.
Por Sergio Kiernan (fuente Página 12, suplemento M2)
Fue
un fallo realmente impecable y lúcido que corrigió doctrinariamente el
quiebre de la primera instancia, anticuada y lenteja. La cámara porteña
no sólo les dio la razón a los que pedían un amparo para que la casa de
Evaristo Carriego no fuera destruida y ordenó el freno inmediato de las
“obras”. El escrito legal además razonó con tino, tomó el concepto más
moderno y rápido de preservación del patrimonio del que disponemos en
esta Buenos Aires y dejó al descubierto qué agachada es que un ministro
de Cultura ordene y pague un acto de vandalismo. Nada mal.
El amparo fue pedido por Marcelo Charlon, María Cristina Souto,
Ricardo Castañeda y Mónica Capano, lo que quiere decir que fue pedido
por los vecinos de Palermo, por el Consejo Consultivo de la comuna 14 y
por el Observatorio de Patrimonio y Políticas Públicas, con el
patrocinio de Pedro Kesselman, un patriota de estas causas. Formalmente,
pedían el inmediato cese de las tareas adjudicadas por la licitación
pública 2119/12 que afectaba la Casa de Evaristo Carriego, en la calle
Honduras 3784, también conocida como Casa de la Poesía y como Biblioteca
Pública del sistema municipal. También pedían que si se habían iniciado
tareas de demolición o remodelación, se retrotrajera el edificio a su
condición original, antes del desmán.
La jueza de primera instancia no entendió nada y hasta escribió en
su fallo que “en el estado incipiente en que se encuentran las
actuaciones, no se advierte la existencia de un proceder manifiestamente
arbitrario” del gobierno porteño, para citar una zoncera que recoge en
particular la cámara. De hecho, la jueza hasta duda de que haya una obra
en el lugar, solamente porque todavía no habían empezado a tirar abajo
paredes y ambientes. La cámara tomó la apelación de los amparistas,
entre otras cosas porque una licitación adjudicada y publicada es
indicativo más que suficiente de que efectivamente va a haber una obra.
Los vecinos denunciaron además que ya había obreros en la casa de
Carriego.
Con la vista concedida, para usar la jerga específica, el escrito
cuenta con los elementos legales que mandan preservar el patrimonio, que
son de peso: la Constitución de la ciudad, el Código de Planeamiento
Urbano, el catálogo preventivo y –cosa muy meritoria de la cámara– la
Ley 1227, que tantos jueces parecen tener fiaca de leer e interpretar.
Con estos elementos, estos jueces determinaron claramente y sin dudas
que la Casa Carriego es una pieza patrimonial e histórica y que le cabe
entonces la protección legal de rango constitucional.
Luego de repasar la doctrina del amparo preventivo, el tribunal
reflexiona sobre “el peligro en la demora” que puede sufrir la vieja
casa. Y lo hace con extrema sencillez, citando el pliego de obras
escrito por el gobierno porteño que paga por “ampliar, remodelar y
actualizar” el edificio, con cosas como rampas para discapacitados y un
baño nuevo, que implica demoler todo el fondo de la casa. También se
ordena y se paga por retirar los pisos de madera y calcáreos, y cambiar
el techo de chapa y ladrillo por uno de viguetas de hormigón, además de
construir una escalera de hormigón en el patio. Sólo se habla de
restaurar la fachada, sin cambios.
El tribunal se detiene, en el párrafo X de su fallo, en una
formidable contradicción entre este tratamiento –transformar la Casa
Carriego en una cáscara con la fachada original– y el rango legal e
histórico que le da el propio gobierno porteño que ordena y paga la
obra. Resulta que ya en 2010 el Consejo Asesor en Asuntos Patrimoniales
se negó a catalogar la casa por considerarla un sitio histórico con un
nivel de protección muy superior bajo la Ley 1227. Lo mismo dijo la
Dirección General de Patrimonio Instituto Histórico, el jefe de Gabinete
y el mismo ministro de Cultura que mandó hacer la licitación.
Final: se hace lugar a la apelación, se revoca la primera instancia
favorable al gobierno porteño, se concede la cautelar y no hay costas.
Los vecinos festejaron “con enorme placer”, como dijo un comunicado
esta semana, y agradecieron a los medios que los apoyaron en su causa.
Lo que falta ahora es determinar qué va a pasar con la casa Carriego,
porque el Ministerio de Cultura ya logró demoler una parte, además de
remover elementos originales. Curiosamente, lo primero que destruyeron
los contratistas fue la famosa piecita en la terraza en la que el poeta
reo se encerraba a escribir y donde compuso sus Misas herejes.
Desde aquí una propuesta: que el Ministerio de Cultura acepte que se
equivocó y reconstruya con materiales acordes –nada de pretensados de
hormigón– la casa y la deje en paz. Esto no es sólo porque allí vivió
Carriego entre 1897 y 1912, buena parte de su muy breve vida, sino
porque gracias a la anomia de su propio gobierno ya van quedando muy
pocas casas chorizo en esta Buenos Aires, con lo que sería “cultural”
preservar una de propiedad pública. Ya se sabe que Hernán Lombardi es
ministro de Cultura sólo de nombre y por zafar a Mauricio Macri de un
papelón, y lo único que entiende es lo que toca su especialización
empresarial en turismo, como el Mundial de Tango. Pero tal vez algún
asesor le podría explicar lo que tiene que hacer. La opción es seguirle
el juicio y hacer que pague de su bolsillo la restauración, de modo que
quede jurisprudencia sobre el costo personal de hacer como que no
existen las leyes.
A todo esto, se notó en este caso el silencio acomodaticio de las
entidades que se dicen defensoras del patrimonio. Por ejemplo, del
Icomos, que tiene un cómodo asiento en el Caap y hasta publicó en 2011
una bonita Guía de Recorridos Borgeanos de Buenos Aires, firmada por
Estanislao Martínez Iriarte. En sus páginas 86 y 87, la guía habla de la
casa de Carriego y explica su importancia para el poeta. Hasta hay una
foto de Borges ante la casa y tocando la reja del ventanal. El Icomos
guardó un perfecto silencio ante el desmán de Lombardi.
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